Más que el queso viejo. Más que la noche del sábado. Más que una peli en blanco y negro. Más que un guía de viajes.  Más que bajar al súper a elegir lo que voy a cenar. Más que el salmón ahumado. Más que un atardecer en la playa. Más que escribir este blog. Más que una frase ingeniosa de Oscar Wilde. Más que una novela de Vargas Llosa. Más que una camisa blanca recién planchada. Y más que una cama con las sábanas por estrenar. Más que un desayuno con croissant. Más que un zumo de naranja. Más que el champán. Más que una sobremesa con amigos. Más que Roma y más que una Navidad en París. Más que tirar fotos en Venecia o Lisboa. Más que Audrey Hepburn. Más que una mujer en tacones (bueno, en realidad no tanto, pero casi). Pocas cosas me gustan más en el mundo que andar.

Andar por la playa, andar entre pinos o rodeado de edificios, solo o acompañado, mirando o sin mirar, despacio y sobre todo deprisa, por grandes avenidas y por calles estrechas, andar por la orilla del mar desde Isla Cristina hasta La Antilla, y en Sevilla, desde el Parque hasta la Catedral, andar por la Plaza de España y por los Jardines de Murillo, andar por Abades y Guzmán el Bueno, por Pajaritos y Francos, por la Avenida y por Eduardo Dato, andar por mi ciudad mirando al suelo, y andar mirando al frente infinito de los grandes bulevares de París y al cielo de cristal de los rascacielos de Nueva York, andar por los parques de Londres y desde luego por el South Bank, andar con trino de pájaros o con tráfico de coches, andar con sol o con nubes, con frío y con calor, andar y nunca bajar al metro, siempre andar.

Andar para pensar o para no pensar en nada. Para encontrarte o para evadirte. Andar para calmar los nervios, cuando estás rebosante de ansiedad y cuando quieres explotar de alegría. Andar para encontrar el punto medio, o el punto a secas, andar para avivar tu euforia, o para deprimirte aún más. Andar porque no hay otra cosa que más desees en el mundo, o porque simplemente no tienes otra cosa mejor que hacer, andar porque te sobra tiempo o porque necesitas tiempo para andar. Andar para tener más perspectiva de las cosas o para obsesionarte con ellas. Andar para descansar y andar para cansarte. Andar porque te sientes inmenso o porque no te soportas, para que te acompañen o para acompañar. Andar para festejar o para olvidar, para celebrar que estás en lo mejor de tu vida o para ilusionarte pensando en que lo mejor está por llegar. Andar para vivir y para soñar. Andar como terapia, porque siempre acabas mejor después de andar.

Andar para olvidar que tu padre ha muerto, cuando el recuerdo te llega como una punzada traicionera. Y andar también para recordarlo, para recordar a tu padre andando, porque nada le gustaba más que andar. Andar para compararte con él, y para sentirte igual a él, para homenajearlo y seguir su ejemplo, andar para ser como él hasta que ya por fin no pudo andar.

Andar antes y después de todo lo importante. Y a veces también durante. Andar mientras cierras un trato o mientras pides perdón. Andar cuando quieres amor y cuando lo ganas y lo pierdes. Andar antes y después de un examen, de una conferencia o de una reunión. Andar cuando has fracasado y después de triunfar. Andar de noche, andar de día. Andar para merecerte el placer de andar.

Autor


Miguel Ángel Robles

Sobre mi