La pandemia destapa las vergüenzas de la comunicación actual

La OMS tiene establecidos cinco criterios de comunicación para la gestión de los brotes epidémicos. Son inmediatez, confianza, transparencia, credibilidad y empatía. Analicemos en qué medida estas premisas han estado presentes en la comunicación que han realizado las administraciones públicas en España y en particular el Gobierno central, como administración que concentró todas las competencias durante el Estado de Alarma.

Inmediatez. En brotes epidémicos, la inmediatez es sinónimo de anuncio temprano y urgente. Supone además la asunción de que es preferible pecar siempre por exceso de alarma que subestimar el daño o las consecuencias. Asumir la responsabilidad de lanzar mensajes incómodos. Los hechos objetivos son que el primer caso de coronavirus se conoció en España el 31 de enero, en las Islas Canarias, y, dentro de la península, el 26 de febrero. El 8M el Gobierno autorizó una manifestación masiva, tres días antes de que la OMS elevara la crisis a la categoría de pandemia y seis días antes de declarar el Estado de Alarma. Hasta entonces, todos los mensajes fueron más bien de llamamiento a la tranquilidad y minimización de los riesgos.

Confianza. El Gobierno intentó sembrar confianza apelando a la idea de que todo estaba bajo control. Pero los  llamamientos a la tranquilidad previos al confinamiento se volvieron como un boomerang contra la comunicación de fuentes oficiales. Los mismos videos y declaraciones públicas que se hicieron virales diciendo aquí no pasa nada, está todo bajo control, se convirtieron, tras el reconocimiento de la gravedad de la situación, en memes ridiculizando a esos portavoces, sembrando sospecha sobre la verdad oficial (y de paso, abonando el terreno a las fake news). Para bulos, se dijo, los del Gobierno: esto no irá más allá de una gripe, las mascarillas no sirven para nada, etc.

Transparencia. En relación con la transparencia, es innegable que durante la pandemia se ha ofrecido mucha información y ha existido un uso abundante de las herramientas clásicas de la comunicación y, como símbolo de todas ellas, de la rueda de prensa. En el periodo que va del 13 de marzo al 19 de mayo, y según un estudio realizado por tres profesores de la Universidad de Málaga, A Coruna y Vigo, el Gobierno ofreció más de setenta ruedas de prensa, de las que el presidente protagonizó once. Y sin embargo, pasaron muchas cosas que perjudicaron la percepción de transparencia. En las primeras comparecencias, las preguntas fueron filtradas por el secretario de comunicación, lo que acabó provocando la protesta y después la ausencia de algunos medios. El acceso a las imágenes de la pandemia fue hasta tal punto dificultado que el reciente premio Pulitzer de Fotografía, un fotógrafo andaluz, Emilio Morenatti, ha reivindicado ese premio como un desquite frente a los obstáculos interpuestos para el ejercicio del fotoperiodismo. Numerosas peticiones de información de los medios sobre cuestiones claves no fueron atendidas, de modo que, en diciembre de 2020, el Consejo de Transparencia había dictado  25 resoluciones obligando a distintos ministerios a entregar información que se mantenía oculta. Una de ellas era la que obligaba al Ministerio de Sanidad a dar el nombre de los expertos de su Comité… tras lo cual reconoció que estos expertos no existían. Y sobre todo, no solo los medios, sino la propia opinión pública, percibió un uso espurio de la rueda de prensa, como instrumento que se estaba empleando no para informar, sino para otros objetivos. Las elocuciones iniciales, previas a las preguntas de los periodistas, se extendían hasta treinta minutos, de los que la información relevante ocupaba una ínfima parte. Incluso el propio esfuerzo gubernamental por combatir la infodemia fue interpretado en clave de control y deseo de perjudicar la transparencia limitando la libertad de expresión y el derecho a la información.

Credibilidad. En la segunda mitad del siglo pasado, varios investigadores de la Universidad de Yale demostraron que la credibilidad del mensaje se relaciona con la credibilidad del portavoz y esta, a su vez, depende de dos factores fundamentales: su experiencia y su independencia. Si el portavoz es experto y así lo demuestra, el mensaje es más creíble. Del mismo modo, si el portavoz es independiente y no tiene intereses particulares en el asunto que trata, igualmente su mensaje es más creíble. Aunque el Gobierno distinguió dos planos de comunicación (el científico-técnico y el político), ambos planos se mezclaron y confundieron.  Hemos tenido un portavoz científico que ha aparecido en programas de entretenimiento, que ha bromeado y adoptado tonos de familiaridad con los periodistas  improcedentes y que se ha pronunciado sobre cuestiones políticas más de lo debido. Inversamente, los portavoces políticos han invadido el espacio de los científicos cada vez que han querido.  A pesar de las constantes alusiones al criterio de los expertos, la sensación era la contraria. En dos congresos científicos, los expertos (representados por las sociedades científicas) plantearon serias objeciones a las políticas públicas relacionadas con la pandemia. El ejemplo más reciente de esta brecha entre ciencia y política lo hemos visto en la retirada de las mascarillas. Una decisión que debía ser anunciada por un portavoz científico y argumentada técnicamente, la asume el principal portavoz político en el contexto más político posible. En un acto público en el Círculo de Economía. En medio de toda la polémica por los indultos y por el apoyo de los empresarios a estos indultos. La elección del portavoz, del escenario, del público, del momento… Todo estaba en contra de la credibilidad del mensaje como decisión apropiada científicamente.

Empatía. Hay un estudio de fin de master de una alumna de la Universidad de Sevilla que resulta muy elocuente del estilo de comunicación que se ha practicado. Ese trabajo analiza los discursos de los portavoces de las Fuerzas Armadas que inicialmente comparecieron ante los medios (y que fueron borrados del mapa en cuanto uno de ellos dijo que la Guardia Civil estaba trabajando para minimizar las críticas al Gobierno). Esos discursos estaban trufados de mensajes directos a la población y apelación a la unidad y a los sentimientos: “todos unidos venceremos este virus” , “todos juntos llegaremos hasta el final, no tengan ustedes la menor duda, sepan ustedes que ya lo estamos venciendo”, “la unión hace la fuerza”, “no hay problemas que todos unidos no podamos resolver”…  incluso un verdaderamente profético “si todos cumplimos al año que viene podremos celebrar la Semana Santa”. Un contenido no solo paternalista, sino lleno de tópicos y lugares comunes, más cercano a un manual de autoayuda que al estilo informativo que demanda una comparecencia a medios. Pues bien, ese estilo, aún más exagerado, fue también el que presidió las intervenciones de la máxima autoridad política. En muchas de las intervenciones que escuchamos, la sensación era… cuándo va a empezar a decir algo. La ampulosidad y la grandilocuencia de los mensajes contrastaban radicalmente con la ausencia de información fiable. Los contenidos y las apelaciones emocionales ganaban por goleada a la argumentación racional basada en evidencias.  Por decirlo de algún modo, se produjo una pasada de frenada brutal en la búsqueda de la empatía, con efectos bastante contrarios.

¿Qué hay detrás de estos errores?

Este análisis previo me sirve para aterrizar en la idea fundamental de este artículo. La de que la pandemia ha dejado al descubierto las vergüenzas de la comunicación actual. Porque que todo esto haya pasado no es casual, sino que tiene mucho que ver con la evolución de la comunicación. Y con su sospechosa instalación en el territorio del relato, tan alejado de los orígenes de esta disciplina.

Hoy comunicación y marketing son términos que se emplean casi indistintamente: en el ámbito empresarial y más aún en el político. Y, sin embargo,  la comunicación (así llamada en la Europa continental, y denominada relaciones públicas en el ámbito anglosajón) es una disciplina que nace y se conforma en franca y directa contraposición a los objetivos del markerting y a los códigos estilísticos de su herramienta de promoción privilegiada: la publicidad.

Así, si el territorio natural de la publicidad era el del mercado, el territorio natural de la comunicación era la opinión pública. Si la publicidad se dirigía a los clientes reales y potenciales, la comunicación se dirigía a todos los grupos de interés. Si la publicidad hablaba solo de los temas que interesaban a los anunciantes, la comunicación nacía para someterse a la agenda pública, y para hablar de los temas que interesaban a los medios en su función de vigilancia de los poderes públicos y fácticos. Si la publicidad compraba espacios en los medios y blindaba el contenido de lo que aparecía en ellos, la comunicación los ganaba por méritos propios (o lo perdía) y se exponía a que la información publicada diera la vuelta como un calcetín a los contenidos distribuidos. En suma, si la publicidad era lo que una marca, un político o una institución decía de sí misma, la comunicación era lo que un tercero (y particularmente los medios, en representación de la opinión pública) decía de esa marca/institución.

Esa diferencia fundamental de concepto y de objetivos llevaba a modos de contar las cosas totalmente antagónicos. Los de la comunicación eran los propios del periodismo: la objetividad, la separación de la información y la opinión, el estilo aséptico en la información, el racionalismo frente al sentimentalismo, la pirámide invertida y la jerarquía de la información, de más a menos importante, la respuesta a las 5Ws. La comunicación aspiraba a la persuasión, pero solo a través de los dos ejercicios fundamentales del periodismo: la información basada en hechos y datos; y la editorialización o argumentación. La seducción publicitaria, la fabulación, la conexión emocional estaban tan lejos de la comunicación como el método científico lo puede estar del arte.

Pues bien, la gran paradoja de la evolución de la comunicación es que cada vez se parece más a aquello de lo que pretendía huir, de modo que su confusión con el marketing no es solo meramente terminológica. Frente a esa comunicación de los orígenes,  cercana al periodismo en sus formas y contenidos, la comunicación actual se ha lanzado a la narrativa y a la construcción de mitos, ha convertido el relato en el santo y seña de su ejercicio profesional, ha priorizado la conexión emocional sobre la persuasión racional, ha sustituido los hechos, argumentos y datos por propósitos, misiones y visiones, y por todo ello está mucho más cerca de la ficción y la fábula que de la realidad.

Relato sin verdad y sin información

Desde esa inclinación de la comunicación hacia la emoción y hacia un relato prefabricado en el que se encajan los hechos, aunque sea de forma grotesca, se entiende mucho mejor por qué la pandemia se ha comunicado como se ha comunicado, tan lejos de las recomendaciones de la OMS (cuya práctica comunicativa, también hay que decirlo, ha estado en franca disonancia con su teoría). Por qué se demoraron los mensajes incómodos sobre el riesgo real. Por qué se inventaron comités de expertos y se dificultó el trabajo de los fotógrafos. Por qué las ruedas de prensa estuvieron más cerca de los mítines e incluso del coaching que de la información pura y dura. Por qué se hipertrofió el contenido sensiblero y emocional sobresaturando el espacio público de apelaciones directas y superfluas a los ciudadanos que tuvieron el único resultado de cabrearlo. Por qué cada intervención del presidente del Gobierno se planteó como un discurso épico para la historia y no como una rendición de cuentas ante la opinión pública. Por qué se permitió que el portavoz científico se convirtiera en un icono pop. Por qué, de tanto buscar la empatía de la audiencia, se provocó su hartazgo. Todo esto ocurrió porque se antepuso el relato a la verdad, el propósito a los hechos, la emoción a la razón.

En efecto, la pandemia nos ha dejado importantes lecciones de comunicación. Pero no son las que se están contando: falta de planificación, portavoces no suficientemente profesionales, improvisación de mensajes, etc. Lo que los profesionales de la comunicación hemos podido comprobar es que el rey al que habíamos coronado estaba desnudo, y que el relato sin información y sin verdad es el peor estilo de comunicación posible, sobre todo en una crisis sanitaria. Que la entrega en brazos del storytelling, especialmente en contextos en los que la comunicación se pone a prueba, es garantía de fracaso, y no es extraño que lo sea, porque es una desnaturalización absoluta del espíritu original de esa disciplina surgida con el nombre de relaciones públicas en Estados Unidos a principios del siglo XX.

Naturalmente,  los intereses políticos han podido influir en los problemas de comunicación de la pandemia. Pero, como profesionales, creo que esta crisis sanitaria nos invita a la reflexión sobre si realmente la deriva de la comunicación actual es adecuada o nos aleja de la autenticidad, simplicidad y transparencia informativa que constituían los principios fundacionales de nuestra disciplina. Sobre si el branded content (¿se imaginan un contenido patrocinado como respuesta de comunicación a una crisis sanitaria?) es una evolución o una involución cercana al gran horror del publirreportaje. Concedo que la respuesta no sea ni blanco ni negro. Pero desde luego me niego a sacralizar el relato y a conceder cualquier relevancia al propósito. Hannah Arendt lo explicó muy bien y todos los dircoms los entenderíamos si sustituyéramos las skills por la filosofía: las intenciones necesitan oscuridad para ser auténticas. La visibilidad automáticamente traslada la misión al territorio de la sospecha, convirtiéndola en dudosa (y casi deshonesta). Por eso, en contra de lo que decía Sinek, hay que explicar lo que hacemos, mucho antes de por qué lo hacemos. Y, por eso, sobre todo, lo que nunca hay que hacer es inventarse una misión grande a la que atribuirle unos hechos pequeños.

Cicerón, el gran maestro romano de la oratoria, utilizaba un concepto en el que podemos encontrar la clave: el decorum, cuya traducción más apropiada es “lo conveniente”. Adaptar el estilo a lo que pide el lugar y la situación. Y de lo que no me cabe la menor duda es que esta pandemia demandaba más información que relato, más austeridad que grandilocuencia, más humildad que autobombo. O sea, exactamente lo contrario de lo que hemos tenido, quizás por razones políticas, pero probablemente también porque ese es el estilo que predomina, en contradicción clamorosa con los rasgos esenciales y diferenciadores de esa disciplina llamada comunicación/relaciones públicas.

 


El viaje inmóvil

Cuando entrevisté a Paco Pérez Valencia para escribir lo que hoy llamaríamos el relato de su Universidad Emocional, salí entre frustrado y confuso, con la incómoda seguridad de no haber encontrado respuestas satisfactorias a mis preguntas y con la inquietante sensación de no saber muy bien por dónde tirar. Y así estuve durante varios días hasta que, en algún momento, comprendí que el problema no estaba en lo que Paco me ofrecía sino en lo que yo estaba buscando. Lo que yo perseguía era un discurso apto para el periodismo económico, algo que, siendo aparentemente disruptivo, en el fondo era de lo más convencional: cómo el arte, a través de las emociones, podía hacer más rentables a las empresas. Y lo que Paco me daba era justamente el punto de visto contrario: cómo el arte, a través de las emociones, podía hacer más felices a las personas que trabajan en las empresas.

En realidad la disrupción era esa, y si no la vi desde el primer momento fue porque me lo impedían mis esquemas mentales, constreñidos a la idea de que cualquier asesoramiento empresarial debe estar guiado por el fin principal de hacer más competitivas a las organizaciones asesoradas, y seguramente contaminado por subproductos del mainstream como el coaching de directivos, que ve a las personas no como fines en sí mismos, sino como medios para objetivos corporativos relacionados con la rentabilidad empresarial. Pero la realidad es que Paco no fundó la Universidad Emocional para hacer ganar más dinero a las empresas. Que su trabajo sirviera para eso era algo que podía suceder (o no), pero desde luego no era su propósito. Lo que pretendía la Universidad Emocional era algo quijotesco y en el fondo mucho más atractivo desde el punto de vista del relato: no se trataba de mejorar a las empresas a través de las personas, sino a las personas a través de las empresas.

Desde entonces supe que, a pesar de las apariencias, en el fondo de Paco Perez Valencia hay un ilustrado rigorista kantiano: "obra de tal modo que trates a la humanidad, en tu persona y en la de los demás, siempre y al mismo tiempo como un fin y nunca como un medio". ¿Puede haber hoy una idea más contracultural y antisistema que esta? Aplicada al mundo empresarial resulta casi friki. En la sociedad que asocia el éxito al dinero y que vende cualquier atisbo de espiritualidad como una mera herramienta para triunfar, una de las cosas más maravillosas de Paco es que el cielo estrellado siempre ha brillado sobre él y la ley moral dentro de él (y así también ocurría en la Universidad emocional). En su visión de la vida, lo bueno, lo es por sí mismo, no por los resultados que acarrea. Y por ello su ética no es nunca utilitarista, esté trabajando para la empresa, para la universidad o en el estudio dibujando.

Eso sí, Pérez Valencia tiene una visión mucho más optimista que Kant acerca de la vinculación entre la moral y  la felicidad. Inflexible con sus principios hasta renunciar al dinero, el prestigio profesional y la posición social ganada con su talento, terco como una mula a la hora de transigir incluso con cuestiones aparentemente nimias (basta con que le impongan que no haga algo para que le exalten de forma incontenible su deseo de llevarlo a cabo), Paco está convencido de que su norma de comportamiento no estorba a su felicidad, sino lo contrario, y disfruta de ese imperativo moral de ver en cada persona un fin en sí mismo, de ahí que nunca mida los tiempos que dedica a los demás según lo que pueda sacar de ellos.

Traer a colación al gran autor de la Ilustración europea, a un filósofo para el que la razón era el asidero más firme y fiable, y el valor moral de una acción era tanto más elevado cuanto menor fuera la inclinación a realizarla, pudiera parecer un contrasentido para referirse a un artista que fundó algo llamado la Universidad Emocional y que en su última entrevista, al hilo de la exposición que tiene ahora en el Colegio de Arquitectos de Sevilla, aseguró que el componente emocional es esencial para la creación. Digo que pudiera parecer un contrasentido y en cierta forma lo es, pues en Paco, además de un Kant, hay un Nietzsche al que la palabra subversión no se le cae nunca del pensamiento, de la boca y del pincel, un desobediente empedernido que anima a sus alumnos a la rebelión, un inconformista radical para el que la duda no es un método, sino un destino, un superhombre que se siente tal, capaz de dinamitar el mundo con un arsenal creativo, y de reconstruirlo soñando, un Robinson poeta que convierte su estudio en una isla utopía, y la isla utopía en una nave espacial con la que viajar inmóvil por el universo, y aspirar las estrellas, siendo digno de la belleza que se le entregó de niño, emocionado por la vida en los días luminosos y en los grises, bendecido por todos los dioses a los que rinde culto: el arte, la literatura, el cine, Camus, John Ford y San Francisco Molina que estás en los cielos.

Pero del mismo modo que no se puede entender la posmodernidad sin la modernidad, lo dionisiaco sin lo apolíneo, lo múltiple sin lo unívoco, y a Nietzsche sin Kant, tampoco la subversión, la abstracción, la emoción, la sospecha y la ruptura de los trabajos e ideas de Pérez Valencia pueden entenderse sin ese rigorismo moral suyo de no supeditarse nunca al resultado, sin la ilustración de sus lecturas de periódicos de papel, hoy la prensa es sencillamente deliciosa, sin la memoria y sin la historia, no podemos olvidar, el olvido nos lleva a la desaparición, sin la pretensión (inaugurada por Kant) de llegar a una gran comunidad internacional en la que nada nos sea ajeno ni lejano, sin el denominador común de nuestros mayores, y por supuesto sin la compasión, nos necesitamos todos, no nos abandonemos, contra la que despotricó el supuestamente despiadado predicador del superhombre, al tiempo que contraía la difteria  y la disentería cuidando voluntariamente enfermos contagiosos.

Dicen que no hay un Nietzsche, o que hay tantos Nietzsche como lectores, y que el propio Nietzsche es la mejor refutación de sí mismo, y yo diría que hay tantos Pérez Valencia como contradicciones, negaciones y síntesis hay en la historia de la filosofía e imagino que en la del arte, y en la de cualquier ser humano que sea bastante humano, y por tanto lo suficientemente racional y sentimental, libre y determinado, empirista y abstracto, materialista e idealista, efímero y eterno, sistemático y disperso, relativista y convencido de verdades absolutas, ateo, agnóstico y creyente, todo ello por momentos e incluso en el mismo momento.

Es difícil entender a Paco sin esas contradicciones, ya lo dije en este otro artículo, y es difícil entender sin ellas su última exposición, Isla Utopía, concebida al mismo tiempo como un viaje socrático al interior de uno mismo, todo lugar en el mundo existe en mí y en mi imaginario, y como un viaje al mundo exterior, ese mundo global en el que lo que ocurre en cualquier parte nos afecta a todos y que Paco sueña con convertir en un gigantesco ágora, inclusiva e interdependiente, tejida y levantada sobre todas las universidades, en la que ya no hay otros, porque todos somos nosotros. No deja de ser sorprendente, o quizás lo contrario, que todos los dibujos creados por Pérez Valencia durante el confinamiento estricto de la primavera del año pasado, y que se exponen en la planta baja de la exposición, estén llenos de vida, y de una luz cegadora, repletos de naranjas, rojos y amarillos, mientras que los dibujos que hizo cuando recuperamos las calles, y que se exponen en la planta sótano, dominados por los azules, verdes y grises, y de una belleza, elegancia y serenidad insuperables, parezcan obedecer a una cierta nostalgia del encierro, de la intimidad, del diálogo con uno mismo y del platónico encuentro con las ideas puras.

En la exposición (y en las clases virtuales que Paco dio a sus alumnos durante el confinamiento) hay referencias a Xavier de Maistre, a Pascal y a otros escritores/pensadores que descubrieron la inmensidad y eternidad que caben en un encierro. Paco no cita a Kant, o si lo hace no me acuerdo, pero al filósofo alemán tampoco le hizo falta salir nunca de su ciudad para realizar el gran giro copernicano de la filosofía e inaugurar un tiempo nuevo en la historia de las ideas, abriendo paso a la subjetividad, colocando el individuo en el centro del conocimiento, relativizando el argumento de autoridad, apelando a la crítica frente los prejuicios, e instaurando el principio de la publicidad y del debate en la vida pública para acabar con cualquier clase de tiranía política, religiosa  o social.

Todo eso lo hizo Kant sin conocer más mundo que su localidad natal, en un viaje casi tan inmóvil como el de Paco, y además cuando ya se acercaba a los sesenta, pues su primer gran trabajo, Crítica de la razón pura, lo escribió con cincuenta y siete años, todo un desmentido a esa creencia generalizada de que la creatividad y la agudeza se apagan con la edad y de que, pasada la juventud, nada puede crearse que sea realmente nuevo y original y menos aún revolucionario y disruptivo.

A Pérez Valencia le han alcanzado los cincuenta con la sensación de no haber logrado como pintor el éxito que sí ha cosechado en otras facetas de su vida profesional como la de museógrafo o director artístico. Sin embargo, irónicamente, él sigue sintiéndose fundamentalmente pintor, igual que yo me siento principalmente periodista aunque sobre todo haya sido comunicador. Y esa paradoja, que él describe con la literalidad de la palabra "fracaso", sin usar eufemismos, lejos de desanimarlo lo estimula, y lo hace trabajar con la ilusión y el hambre de quien apenas está empezando.

Rousseau, un ilustrado que nunca quiso serlo, porque prefería ser salvaje y sentir antes que pensar, dijo que no hay mejor razón para creer que querer creer, y yo quiero creer y creo que la Crítica de la Emoción Pura de Pérez Valencia está aún por escribir, o en este caso por dibujar, y que algún día su obra realizará un viaje inmóvil a la eternidad con destino final en los libros de historia del arte.

 

 


Inicio de la asistencia técnica en Comunicación a la Confederación Hidrográfica del Guadiana

Euromedia Comunicación inicia el próximo 28 de julio la ejecución del contrato de asistencia técnica en comunicación de la Confederación Hidrográfica del Guadiana del que resultó adjudicataria en concurso público. La colaboración con este organismo de Cuenca se extenderá a los campos de asesoría, relaciones con medios,  comunicación digital y seguimiento y monitorización de medios y redes, coordinación y desarrollo de campañas y coordinación de eventos, entre otros ámbitos.

Nuestra empresa acumula una gran experiencia y especialización en materia hidráulica, derivada de sus trabajos para otros organismos de cuenca como la Confederación Hidrográfica del Guadalquivir, empresas que gestionan el ciclo integral del agua como Hidralia o Emasesa, y organizaciones y comunidades de regantes como Feragua o el Valle Inferior del Guadalquivir.


27 sociedades científicas se unen para la celebración del primer gran congreso científico nacional sobre COVID19

Veintisiete sociedades científicas que agrupan a más de 60.000 profesionales han promovido el que será el primer gran congreso científico nacional sobre Covid19, el cual se celebrará de forma telemática entre el 13 y el 19 de septiembre y promoverá el trabajo colaborativo y la multidisciplinariedad en la investigación y en la gestión clínica y sanitaria de esta pandemia.

En esta edición, que se espera sea la primera de una larga serie, la organización corre a cargo de la SEIMC, Sociedad Española de Enfermedades Infecciosas y Microbiología Clínicas, que ha confiado en Euromedia Comunicación los trabajos de secretaría técnica, comunicación, relaciones institucionales y realización técnica de este gran evento digital, campos en los que acumula una extensa experiencia en proyectos desarrollados con sociedades científicas.

El Congreso acogerá más de una veintena de mesas redondas y conferencias especiales sobre temas como la respuesta inmunitaria frente a SARS-COV2, la investigación clínica en tiempos de crisis sanitaria, el papel de la atención primaria, la visión desde Urgencias, la farmacología, el pronóstico, profilaxis pre-post exposición y tratamiento antiviral, las consecuencias en pulmón, las implicaciones en reumatología, neumología, gastroenterología y hematología, la afección en niños y personas mayores, el impacto en salud mental, el daño vascular, afectación en la piel, vinculación con la enfermedad renal  y cardiovascular, anestesiología, reanimación  y medicina intensiva, entre otros.

Más información e inscripción en https://congresocovid19.es/

 


El valor social de la Comunicación

Hasta ahora, la investigación sobre comunicación y relaciones públicas se ha orientado a demostrar su valor estratégico para las empresas (y en menor medida para las instituciones públicas y organizaciones del tercer sector), incidiendo en sus efectos/resultados sobre intangibles como la imagen de marca, el compromiso e implicación de la plantilla o la fidelización de clientes, e incluso sobre tangibles como las ventas, la diversificación de negocios o la expansión territorial. Muy poco se ha estudiado en cambio sobre el valor social de la comunicación, dicho de otra forma, sobre el valor que aporta a la sociedad el hecho de que las organizaciones, y particularmente las empresas, comuniquen. 

Y es lógico que así haya sido pues la comunicación es una disciplina joven y particularmente joven en España. Su desarrollo profesional vino con la democracia y su desarrollo científico, que en Estados Unidos hunde sus raíces en los comienzos del siglo XX y en Europa bastante más adelante, no alcanzó un cierto cuerpo teórico en español hasta los años 90. Lógico, por tanto, que en todos estos años el esfuerzo de los investigadores se haya centrado en la justificación de la propia disciplina y en su aportación a la reputación y a los resultados empresariales.

Sin embargo, llegados a este punto, en el que la comunicación goza de cada vez más prestigio, habiendo sido capaz de equiparse al marketing e incluso de ponerse orgánicamente por encima de él en muchas grandes corporaciones, parece necesario e incluso urgente detenerse a analizar el valor social de las relaciones publicas, y estudiar la vinculación entre los conceptos de comunicación y opinión pública, porque todo lo que se ha escrito hasta ahora de esta vinculación se ha realizado bajo la perspectiva de la sociología y de la ciencias políticas, y no desde la perspectiva de la comunicación y el periodismo, resultado de lo cual la imagen que se ha trasladado de esa vinculación es claramente peyorativa.

Por simplificarlo, lo que se ha difundido es una imagen de contaminación o influencia negativa. La comunicación empresarial se ha presentado como el instrumento que utilizan las grandes corporaciones y en general los grupos fácticos de poder para tratar de torcer y manipular la opinión de la población, camuflando y haciendo pasar sus intereses por los de la mayoría social. Las relaciones públicas son, en la visión de estos autores, la práctica profesional que ha contaminado el periodismo, convirtiendo la agenda mediática y en consecuencia la agenda pública, en el instrumento a través del cual los poderes en la sombra imponen la cultura dominante y defienden los intereses económicos de la élite poderosa.

Es necesario, pues, que la propia disciplina, convertida ya en ciencia, y sin renunciar a la autocrítica que le corresponda, ofrezca su réplica a esta visión sesgada que la presenta como una práctica contaminante que ha fundido y confundido el territorio del mercado y de la opinión pública, y perjudicado el carácter deliberativo y racional de las democracias. Dicho de otra forma, es preciso empezar a construir un discurso consistente sobre la dimensión social de la comunicación empresarial, y su aportación positiva a la construcción de una opinión pública más plural y con más capacidad de ejercer una función de contrapeso a los poderes públicos.

Porque la realidad es que las relaciones públicas, con sus territorios de sombras, que también los tienen, juegan en general un rol valioso en el proceso de construcción de la opinión pública. En primer lugar, ayudan a dar voz a los actores de la sociedad civil, contrapesando el discurso público de las autoridades.  Sin el recurso de la comunicación, asociaciones empresariales, colegios profesionales, sociedades científicas, fundaciones y empresas (también pymes) quedarían desasistidos y sin posibilidades de replicar el discurso oficial. Pero aun existe otro rasgo positivo de las relaciones públicas en su impacto directo sobre el comportamiento empresarial. Al someter a las marcas al escrutinio público, al otorgarles visibilidad, al colocar el foco sobre ellas, al someterlas al examen de medios, clientes, empleados y otros grupos de interés (los célebres stakeholders), al requerirles ciertas dosis mínimas de transparencia, la comunicación indefectiblemente convierte a las organizaciones en marcas más vulnerables a los comportamientos deshonestos y probablemente por ello en marcas más éticas o al menos más vigiladas y expuestas. Y en este sentido el valor social de la comunicación resulta difícilmente cuestionable.

De modo que, como mínimo, la práctica de relaciones públicas obliga a las empresas a dar muchas más explicaciones. ¿El lado oscuro, las relaciones públicas? Más bien, al contrario. El lado oscuro es ese que habitan las empresas que no son conocidas ni dan ninguna información. Las empresas que practican la comunicación se localizan en un espacio de luz, y quizás de sombras, pero nunca de oscuridad completa. Se exponen a los focos para que medios, clientes, empleados y otros actores puedan formarse su propio juicio sobre ellas e incluso abren vehículos para que puedan dialogar. Resulta paradójico que quienes pregonan la garantía de publicidad o transparencia de las decisiones políticas como un principio fundamental de la democracia, se espanten de las prácticas de las relaciones públicas que sacan a las empresas de la oscuridad para añadirles transparencia exponiéndolas al juicio del público.

Es imposible soslayar que practicar la comunicación supone asumir la autoridad moral y democrática de la opinión pública, y obliga a dejar de ver la empresa como un negocio que sólo promueve el beneficio económico de sus accionistas, para asumir su función social, y ceder poder a la sociedad, abandonando la vieja pretensión de que en mi empresa mando yo para aceptar que en mi empresa también manda la sociedad con la que interactúo.

En consecuencia, no es solo posible, sino necesario, reescribir la literatura científica sobre el impacto de las relaciones públicas en la construcción de la opinión pública. Desgraciadamente, la mayoría de facultades, incluidas las de comunicación que incluyen en sus planes de estudios la asignatura de opinión pública, la contemplan desde la perspectiva de la sociología y de las ciencias políticas y son de hecho impartidas por especialistas de estas ramas. Sin ignorar las contribuciones de estas especialidades, que son indiscutiblemente relevantes, las facultades y departamentos de periodismo y comunicación deberían aportar una mirada propia a esta disciplina, abordándola desde su propio enfoque de investigación y área de conocimiento y contribuyendo a generar una visión más positiva y constructiva (sin dejar de ser crítica) a los alumnos que se forman sobre opinión pública y que se dedicarán en el futuro al periodismo o a las relaciones públicas. Es preciso que estos alumnos comprendan que su dedicación profesional a la comunicación, en cualquiera de sus áreas y vertientes, no tiene por qué ser una práctica oscura, sino muy al contrario, puede ser una disciplina que, ejerciéndose con responsabilidad y elevados estándares de exigencia ética, puede hacer más nobles y transparentes las organizaciones para las que trabajen.

Más información, aquí.


Palabras usadas como logotipos

Artículo publicado en Abc de Sevilla el 1 de diciembre de 2019

En una entrevista en vídeo que se ha difundido bastante por redes, el político socialista Eduardo Madina, al que algunos ahora invitan a abanderar la oposición interna a Sánchez, confiesa que una de las cosas que peor lleva de la vida pública es la naturalidad con la que se asume el principio de contradicción: una semana se realiza una afirmación y, a la siguiente, se hace la opuesta; unos días antes de las elecciones la hipótesis de una determinada coalición política causa preocupación e insomnio y, unos días después, es la mejor opción posible para el futuro de España. Sin embargo, el fenómeno, a mi juicio, es aún más grave de lo dice Madina: la discordancia se ha instalado en la vida política no ya en diferido, como una forma de auto-rectificación, sino en tiempo real, como una forma de decir lo que no se dice y viceversa.

De hecho, una de las tendencias más desconcertantes de la esfera pública es lo que podríamos llamar la “desposesión semántica” de las palabras. Durante las semanas de  disturbios en Cataluña asistimos a una verdadera apoteosis de este fenómeno, no solo ya por parte de las autoridades sino de los miles de jóvenes que colapsaron calles, carreteras e infraestructuras  críticas. Los cachorros del independentismo estaban perfectamente entrenados en ese ejercicio entre cínico y obtuso de  negar con las palabras exactamente aquello que practicaban con los hechos. “Somos gente de paz”, “rechazamos la violencia”, decían, al tiempo que arrojaban objetos, incendiaban contenedores o coaccionaban a quienes osaban reprenderles. Solo ante la presencia de una cámara grabando cambiaban un poco de actitud, y ni siquiera del todo, como si las palabras lanzadas en flagrante contradicción de sus actos, y vaciadas por completo de su significado original, tuvieran el poder de mitigar la evidencia de las imágenes.

Cataluña es una comunidad en la que hace tiempo que las palabras no expresan nada, y a veces parece que enuncian hasta lo contrario de que en realidad aseguran. Conceptos como “democracia”, por ejemplo, han sido totalmente descargados de sustancia, convertidos en carcasas huecas que funcionan como meros arietes propagandísticos. La gran paradoja de las nuevas formas de comunicación política es que quienes más reivindican ciertos valores son en realidad quienes más los agraden, de modo que quienes apelan a la democracia son los que la pisotean, quienes piden libertad de expresión y decisión son los mismos que amenazan verbal y físicamente a los que discrepan con ellos y los que presumen de pacíficos son precisamente aquellos que empujan, gritan, amenazan y golpean. Y no pasa nada, porque las palabras han sido liberadas de sus ataduras semánticas. Ya no denotan, solo connotan, y de una forma bipolar tan poderosa que quien es capaz de adueñarse de una palabra positiva puede afirmar lo contrario de lo que hace sin temor a ser denunciado en su contradicción.

Y así lo importante hoy no es ser demócrata, pacífico, solidario o tolerante, sino decirlo, manifestarlo a todas horas, constantemente, y practicar por ejemplo la militancia arrogante, efervescente y agresiva del feminismo de salón, o más bien de manifestación, que viene a ser lo mismo, tanto en la calle como en las redes sociales, como hacen hoy miles de hombres progres cuyas conductas en la vida privada son el ejemplo más opuesto a la igualdad que uno pueda imaginarse. En la sociedad de la imagen, donde lo que importa no es ser sino parecer, las propias palabras son también apariencia, marcas más que significados, puro branding, logotipos verbales que se utilizan para ser más cool, blindarse frente a la contradicción y despertar emociones capaces de derrotar a la racionalidad y el discurso lógico. Despojadas semánticamente de su valor, las palabras ya no son recursos para el engaño, sino en sí mismas falsas: la gran mentira de la vida pública actual.

No es por ser agorero, pero, de confirmarse la coalición de gobierno PSOE-Podemos, me temo que la contradicción en tiempo real puede llegar en la vida pública nacional a niveles de paroxismo similares a los de Cataluña. Comparecerán ante los medios Pedro Sánchez y Pablo Iglesias y contarán a la opinión pública (sin someterse a preguntas) que no están perjudicando fiscalmente a las clases medias, ni están agravando el déficit público, ni están desarrollando una negociación bilateral con los separatistas catalanes y lo harán al modo en el que los jóvenes independentistas decían que ellos no practicaban la violencia al tiempo que lanzaban petardos, adoquines y botes de pintura contra la “policía opresora”. Nos contarán que están defendiendo el orden constitucional y las libertades democráticas y además lo harán probablemente convencidos de lo que afirman, porque, cuando las palabras no significan nada, ya no hay verdades ni mentiras, solo hay eslóganes, emociones, abrazos, y de todo eso va a haber mucho en esta legislatura que se avecina.

Como reconoce Madina, los políticos han abandonado cualquier pudor en relación con la obligación de ser coherentes con sus manifestaciones anteriores. Sin embargo, con ser eso preocupante, lo que más deberíamos temer es esa disociación entre los significantes y significados políticos, tan habitual en regímenes populistas. Porque cuando eso sucede, cuando la gran estafa de la vida política es el propio lenguaje, cuando las palabras no son significados sino logotipos, entonces lo que tenemos es una esfera pública yerma de racionalidad y arrasada por la ignorancia, el fanatismo y la exaltación emocional.

 


Por tercer año consecutivo en el SICAB

La Asociación Nacional de Criadores de Caballos de Pura Raza Española (ANCCE), entidad que organiza el Salón Internacional del Caballo (SICAB) en Sevilla desde 1991 de forma ininterrumpida, ha vuelto a confiar en Euromedia Comunicación, por tercera vez consecutiva, para el desempeño de las tareas relacionadas con los ámbitos de protocolo, comunicación y redes sociales de esta 29ª edición.

SICAB ha visto confirmada nuevamente su positiva evolución de los últimos años, en los que ha crecido en proyección mediática, así como en el ámbito social media. La presente edición ha contado con más de 200.000 visitantes, 343 ganaderías internacionales y 1.075 ejemplares participantes. En el ámbito informativo el éxito de SICAB 2019 se basa en la notable cobertura nacional e internacional realizada por 332 periodistas acreditados.

De este modo, SICAB ha revalidado en 2019 tanto su posición como tercer evento en relevancia económica y social para la capital andaluza, como su posicionamiento internacional como principal encuentro mundial en torno al caballo de Pura Raza Española (PRE).


Sevilla, capital europea del sector aeroespacial

Euromedia Comunicación ha desarrollado la gestión integral del programa de comunicación y relaciones públicas de la  Presidencia de la Comunidad de Ciudades Ariane (CVA) por parte de Sevilla. Su objetivo ha sido poner de relieve la importancia estratégica que este sector tiene para la provincia debido a la implantación de Airbus y de la industria auxiliar.

La Comunidad de Ciudades Ariane (CVA, por sus siglas en francés, de Communauté des Villes Ariane) es una asociación sin ánimo de lucro formada por ciudades europeas (y empresas presentes en ellas) que cuenta con treinta y cinco miembros activos con intereses comunes sobre la materia espacial y que participan en el programa europeo de lanzadores Ariane, de la Agencia Espacial Europea.

La estrategia se ha basado en un mix de acciones de relaciones públicas y de difusión a través de medios propios y medios de comunicación, con los resultados de más de 150 actividades sociales, culturales y divulgativas a lo largo de 2019, más de 25.000 participantes de Sevilla y su área metropolitana, más de 400 impactos en medios de comunicación, más de 300 contenidos publicados en la website, más de 600 posts y tweets, con un alcance mensual medio de 50 mil usuarios, y más de 30 píldoras audiovisuales emitidas a través de redes sociales.


Campaña sobre la hepatitis C con Carmelo Gómez

https://youtu.be/mWnQbaHlFQw

Euromedia Comunicación ha diseñado y desarrollado para la AEHVE (Alianza para la Eliminación de las Hepatitis Víricas en España) una campaña sobre la hepatitis C basada en la historia personal del actor Carmelo Gómez, curado de esta enfermedad. El objetivo de la campaña ha sido informar de que quien tiene la hepatitis C, y lo sabe, puede curarse, por lo que es importante que todo aquel que haya estado expuesto al virus se haga la prueba e inicie su tratamiento.

Los soportes fundamentales de la campaña han sido  un spot "Dale un final feliz a la hepatitis C" para su proyección en cines, y un making of para otros usos de comunicación mediática e institucional.  A través de ellos, se ha difundido la historia personal de Carmelo Gómez, con el mensaje de que la lucha contra esta enfermedad puede llegar a ser una historia de éxito en España si se sigue avanzando, como hasta ahora, complementando los esfuerzos realizados en el tratamiento con nuevos avances en cribado y estrategias de eliminación.

La presentación institucional y mediática de la campaña se realizó en julio, en una fecha cercana al Día Mundial de la Hepatitis C, a través de una jornada con más de 100 asistentes, entre profesionales, pacientes, medios, responsables de Administración central y CC.AA. Esta jornada fue complementada con una labor específica de difusión en medios, a través de convocatoria, comunicados, entrevistas y artículos de opinión, y estuvo apoyada asimismo en una estrategia de comunicación digital: página web de campaña (https://unfinalfelizhepc.com/) y difusión y conversación en facebook y twitter. Tras esta primera fase, se obtuvieron más de 130 publicaciones en medios off y on line, tv y radio, con un VPE (Valor Publicitario Equivalente) de más  de 400.000 euros, incluyendo los siguientes impactos destacados: home page de El País, con el vídeo de campaña, editorial “Éxito sanitario” en El País y ElPaís.es, portada de El País en su edición papel, reportajes en los principales periódicos y medios digitales españoles, y piezas informativas en TVE, La Sexta, RNE, Onda Cero, la Ser, entre otros.

Más recientemente, ya en diciembre, ha tenido lugar el lanzamiento de la campaña coincidiendo con la TestingWeek, lo que ha supuesto la distribución a nivel nacional en salas de cine de MovieDis (circuito líder del medio cine en España -54% share audiencia y 50M espectadores en 2018) del spot  "Dale un Final Feliz a la hepatitis C", complementado con una campaña publicitaria durante 10 días en Google y Facebook, con objetivo de 1.000.0000 de impresiones de calidad, y una campaña de 10 días de proyección del spot subtitulado en las pantallas de Callao, Palacio de la Prensa. Todo ello acompañado de una nueva presentación mediática e institucional.

De forma coordinada con AEHVE, Euromedia Comunicación se ocupó además de buscar los patrocinadores para estas dos fases de la campaña, que contó con la colaboración de las compañías farmacéuticas AbbVie y Gilead, así como con la de Discine.

 


SAMU elige a Euromedia para reforzar su comunicación corporativa

SAMU, entidad de referencia en el tercer sector y en el ámbito asistencial, y líder nacional en la gestión de alojamientos para menores, ha elegido a Euromedia Comunicación para reforzar su política de comunicación corporativa.

Con sede social en Sevilla, la entidad, que en 2021 cumplirá cuarenta años de existencia, ha llevado a cabo desde mediados de 2000 un proceso estratégico de reorientación y de diversificación de sus servicios, que le ha permitido incrementar sensiblemente su oferta y actividad, desde las tradicionales líneas de Urgencias y Emergencias y la formación especializada en UECAH (Urgencias, Emergencias, Atención a las Catástrofes y Acción Humanitaria), hasta la Acción Social. En consecuencia, hoy la entidad, en la que se integra también la Fundación SAMU, cuenta con una plantilla de más de 1700 profesionales repartidos por 58 centros de trabajo en 9 comunidades autónomas y presencia internacional en Marruecos y Estados Unidos.

El trabajo de Euromedia irá dirigido precisamente a dar a conocer esta nueva realidad de la compañía, mucho más compleja y completa, convirtiendo a SAMU en una marca reputada y prestigiada, dotada de visibilidad y notoriedad mediática, y trabajando fundamentalmente la dimensión social y corporativa.