Nunca me ha gustado mi voz. Si dijera que siempre la he detestado quizás exageraría, porque tampoco me ha dedicado tanto a contemplarla.

Pero el caso es que me hubiera gustado tener otra voz.

Una voz de esas que, al cerrar los ojos, te imaginas a un locutor de radio o un actor de doblaje.

De esas que aparecen en los anuncios y en las películas norteamericanas.

La que le pondrías a un diálogo de una novela de Dashiell Hammet o Benjamin Black.

No mi voz, sino la Voz.

Hace unos días me reencontré con un viejo amigo de la infancia al que no veía desde hace años y que es actor, además de autor y director teatral.

Charlábamos, y de pronto me encontré hablándole de mi voz y de la frustración que supone para mí compararla con la de otros colegas.

En ese momento de la conversación, mi amigo impostó su voz, y de su garganta no salió ya el eco de su personalidad que había escuchado hasta entonces.

No salió su voz, sino la Voz.

La voz que siempre me hubiera gustado tener.

¿Te refieres a esta voz… o quizás a esta?, me preguntó. 

Y tras la pausa de los puntos suspensivos escuché un nuevo timbre aún más grave, más de tenor, más de tío gustándose a sí mismo, y recreándose ante un micrófono como quien se mira un buen rato al espejo encantado de la imagen que le devuelve.

¿Y qué es lo que te gusta de esta voz?, insistió, ¿acaso es su autenticidad lo que te parece admirable?

¿Te encanta por su singularidad? ¿O es su por su naturalidad?…

Han pasado algunos días y no he dejado de darle vueltas a aquella conversación.

Y pienso que con la comunicación  de las marcas nos ocurre algo parecido a con las voces.

Creemos que la mejor comunicación es la que se parece a todas, la que ha sido establecida como canon de buena comunicación…

Y allá que vamos todos…

Usando los mismos lugares comunes para definir nuestra visión…

Haciendo los vídeos corporativos completamente planos que hacen todos, y con los mismos eslóganes presuntamente ocurrentes…

Diseñando las mismas webs mareantes que se te meten por los ojos (pero literalmente), innavegables y sin contenido…

Planteando el mismo tipo de escenario para los eventos que ahora está de moda, sacado del último catálogo de salas de estar de IKEA…

Programando las mismas apps que nadie va a usar, pero que nos hacen tecnológicos…

Y por supuesto metiéndonos en la última  red social que va a pegar fuerte sin ni siquiera pararnos a pensar si ahí hay alguien que nos interesa.

El caso no es tener tu propia voz, sino parecerse a la Voz.

Cuando deberíamos afanarnos justo en lo contrario: en ser cada vez más nosotros mismos. En encontrar nuestra diferencia.

Deberíamos concentrarnos en encontrar y comunicar la diferencia de las marcas para las que trabajamos.

No en hacer la comunicación que hacen todos, ni siquiera la de aquellos que creemos que comunican mejor.